miércoles, 19 de mayo de 2010

El Árbol del que Caímos


Imaginarse un Árbol parlanchín, lleno de ramas colosales y kilométricas, con un tronco tan grueso como el núcleo de la tierra mismo; un baobab colosal que devorase el cosmos y del cual pendieran, como frutas maduras, las figuras de cuerpos humanos (de cinco mil millones, eh) es fácil, y difícil a la vez.


Piénsenlo un segundo y se van a dar cuenta.


La imagen fácil y la imagen difícil están encerradas en unas pocas palabras; la imagen fácil es la imagen que se describe con pocas palabras y que vemos en un flash de ojos, como quien pestañea y ve caer una hoja contra la luz del sol; es algo que no puede tener detalles, pero es algo. Y en ese algo absorbe la dificultad aparente que encierra; es un objeto sencillo, recortado contra la luz del sol, pero es un objeto. Inamovible y móvil a la vez. Con detalles difuminados, como rozados sobre vidrio esmerilado. Insinúa la complejidad de la que carece, y disfruta con cada caída, como aquella hoja desprendida, los ojos de miles de personas que la ven solamente en un pestañeo. Es fugaz, y porque es fugaz sufre; perecerá en la memoria y será abono de otras cuestiones; pero sin embargo, continuará siendo algo que ya no es, y mutará en forma impredecible. Probablemente tenga ramitas y hojas, y cuente con un ser humano nuevamente; pero esa es sola una de las posibilidades.


Por el otro lado, la imagen difícil es todo lo contrario; plagada de detalle, de un árbol terriblemente nudoso que sube hacia al cielo y abre su copa como muchísimas manos orando hacia los astros; su tronco, recorrido por vetas y nudos, parece haber sido tejido por un carpintero fantástico, o tejido por un coloso que fuera alérgico a la lana, cual bufanda viviente. Miren los cuerpos meciéndose en el viento, apenas bosquejados con grafito y vestidos con ropa cualquiera; por aquí, un negro pequeño y brillante como un ópalo; por allá, un hombre extremadamente pálido que se mece apenas de la rama de la que cuelga. Niños, millones de niños que se agrupan y mecen, como un rebaño dormido soñando qué travesura harán mañana. Mujeres, personas, ancianos. Todo recortado sobre el árbol en sí, el árbol de raíces monstruosas que devora el suelo sobre el que pisa, y que sin embargo alberga en su seno a semejante cantidad de personas, que crea y descrea los hombres que cuelgan de sus ramas. La luz de un sol distante se filtra entre los millones de cuerpos; alguno de esos cuerpos parecen pétalos de flores al viento, cuando éste sopla; otros simplemente parecen piñas a punto de caerse. Y entonces sucede, y la música del viento cesa cuando no uno, sino varios hombres y mujeres bastante arrugados, y otros no tanto, y un puñado de niños se cae a tierra. Uno atenta a moverse, pero no puede, es espectador. Uno se estremece al imaginarse la altura de leguas desde las ramas al piso; pero también ve algo en sus rostros mientras caen la larga caída; ya están en paz cuando se desprenden del árbol. Y el suelo del árbol está plagado de cuerpos mustios, de brotes que se cayeron por ventura o porque ya era su hora. Y las raíces del árbol se remueven como serpientes, o como una boca tentaculosa que no quiere largar su alimento, y chupa con más fuerza. Si, ése mismo árbol que nutre a sus hijos con otros hijos, es el mismo árbol que los hace caer para sobrevivir.


Pero por supuesto, podemos especular (ahora llega el momento) un montón de cuestiones. Qué quiso decir el autor con esa metáfora? Porque la referencia a la diferencia entre las dos imágenes? Porqué hay énfasis en remarcar esa especie de apología al equilibrio? Porqué usar un árbol, seres humanos y pestañeos cuando se podrían usar puertas, perros y tráfico, o carnavales, calesitas y peras de madera? Qué sacamos en claro de cada imagen? Quien pestañea y quien se queda mirando los detalles? Dios está en los detalles?


Podemos seguir especulando, amigos, pero el árbol prosigue su actividad, pestañeada o no, a pesar de todas las palabras que un autor pueda decir (o no) respecto a él. Y como realmente no me interesa sacar conclusiones, sino admirar al árbol en detalle (no soy de los que pestañean), me llamo al silencio y los dejo a ustedes con el suyo.

1 comentario:

  1. La cuestión es imaginarse en ese mismo árbol y ver al resto caer... el corazón se te oprime, un escalofrío te recorre la espalda, te espantas, gritas, intentas no ver...
    Por eso están no solo los que pestañean, sino también los que cierran los ojos. Espero no convertirme en uno de ellos.

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